Monday, July 25, 2011

"El arquitecto como un semidiós", un artículo de Armando de Armas

Reproduzco este excelente artículo sobre Frank Lloyd Wright que Armando de Armas publicara para Martí Noticias, incluyendo en este mi testimonio acerca del legado del maestro.

"Falling Water", mi obra favorita de Wright

"El arquitecto como un semidiós"

De la admiración de una autora por un arquitecto surge una novela, no es una novela cualquiera, es El manantial, 1943, no es una autora cualquiera, es Ayn Rand, no es un arquitecto cualquiera, es Frank Lloyd Wright, nada extraño quizá si se tiene en cuenta que tanto la literatura como la arquitectura se sostienen sobre sólidas estructuras, de letras la una, de concreto la otra, pero estructuras al fin sin las que la obra, escrita o erigida, se viene abajo inexorable y estrepitosamente.


Y es que lo siguiente afirmado por Wright como definición de arquitectura, pudiera además afirmarse respecto a la literatura: "Arquitectura es vida, o al menos, la vida misma tomando forma y por eso es el rastro más verdadero de vida, como fue vivida ayer, hoy y por siempre. Reconozco que la arquitectura es de gran espíritu."

Aunque deberíamos matizar que, al parecer, el personaje Howard Roark de El Manantial ya existía antes de que Ayn Rand conociera a Frank Lloyd Wright, y entonces lo que quizá pudo haber sucedido es que Wright vino a reafirmar las aristas del personaje; el ideal que Rand ya había creado en la ficción.


Acerca de eso, Rand escribe a Wright en una misiva: “La historia de la integridad humana es lo que usted ha vivido. Y según mi conocimiento, usted es el único entre los hombres de este siglo que lo ha vivido. Yo escribo acerca de algo imposible en estos tiempos. Es usted, el único hombre para quien esto es posible y real. No es algo definitivo o tangible lo que espero de una entrevista con usted. Es sólo la inspiración de ver frente a mi un milagro viviente –porque el hombre de quien escribo es un milagro que deseo hacer realidad.”


Una obra, El Manantial, que por un lado rompe lanzas en defensa del genio creador, la libre iniciativa y la libertad de elección como verdadera base del progreso y que, por el otro, rompe lanzas en contra del colectivismo en todas sus manifestaciones – sea fascista o sea comunista – porque es en definitiva el germen de la tiranía y la esclavitud. Una obra, El Manantial, que contrario a lo que asegura tanto intelectual idiota, proclama a Estados Unidos como la verdadera patria de la libertad y los derechos individuales, libertad y derechos que, al menos hasta ahora y en dicha patria, el estado disfrazado de benefactor no ha podido intervenir ni menos cercenar. Una novela que ve a América como la nación del mundo que más se acerca al ideal de soberanía personal; sitio donde cada cual puede elegir su propio destino. Ideal que encarnaba a la perfección no ya en la vida, sino en la obra de Wright, lo que no sería óbice, como muchas veces suele ocurrir, para que, probablemente, ni siquiera él mismo estuviese consciente de eso que encarnaba.


Y prueba de esto último pudiera ser que, a pesar de varios intentos por lograr una entrevista con Wright, Rand sufrió varios desplantes y al fin tuviera que escribir el libro sin ayuda del arquitecto aunque, años más tarde, en 1945, Rand y su esposo terminan visitando a Wright en su casa Taliesin; pero, más allá de lo anecdótico, el caso es que no existe duda de la influencia de Wright sobre Roark, personaje de Rand; realidad que se expande, enriquece en la creación literaria. Al punto que se pueden establecer paralelismos entre los proyectos que el personaje desempeña en el libro y los edificios erigidos por obra del propio Wright.

En El Manantial se lee: “La vio encima de ella, en la plataforma más alta del edificio Wynand. El la saludó con la mano. La línea del océano cortaba el cielo. El océano subía conforme descendía la ciudad. Pasó los pináculos de los edificios de los bancos. Subió las torres de los templos. Después ya no hubo más que el océano, el cielo y la figura de Howard Roark”.


Ambos individuos, el ficticio y el fidedigno, pierden clientes y proyectos por defender su estilo de diseño y negarse a darles a los edificios la estética al uso, meramente mercantil, que sus clientes demandaban, y lo cierto es que Wright aprobaría sin duda la arquitectura de Roark, descrita en este pasaje de la novela de Rand: “Fue como si el edificio hubiera brotado de la tierra y por una fuerza viva, completa, inalterable y correcta… Ninguna línea parecía superflua, ningún panel que fuera necesario faltaba.”


Y es que la arquitectura por la que apostaba Wright expresa una necesidad de integración de la arquitectura a su contexto, y habla de la conexión de la arquitectura con lo orgánico, de lo orgánico con la naturaleza, y de la naturaleza con lo espiritual y, por supuesto, con Dios. Acá estaríamos entonces adentrándonos de la mano del arquitecto en la aventura misma del viaje a la semilla (al decir del escritor Alejo Carpentier); volviendo de lo superfluo a lo esencial, de lo fenoménico a lo fundamental, del símbolo a la cosa simbolizada; de lo creado al creador.


No por gusto los arquitectos, los que se arriesgan a ver más allá del concreto, se entiende, serían considerados como una suerte de semidioses en el plano terrenal, no por gusto la orden de los antiguos masones o gremios de constructores medievales de castillos y catedrales, orden que asentaría sus raíces en el Egipto prepiramidal y que, en consecuencia, estaría en la intríngulis de la construcción de las pirámides en las márgenes de un Nilo donde unos hombres semidesnudos que habitaban míseras chozas de paja pasan, aparentemente de la noche a la mañana, del evitar ser devorados por los feroces cocodrilos de las santas ciénagas del lugar, a erigir unos misteriosos y descomunales monumentos de piedra que perviven hasta el presente; no por gusto los masones nombran a Dios como el Gran Arquitecto del Universo.


Pero, contrario a lo que el común cree, los semidioses, los que profesan la ancestral orden de la andante caballería, los elegidos en suma, no la tienen fácil a pesar de la fama y el éxito. Así, nacido en 1867 con el nombre de Frank Lincoln Wright, en Wisconsin, y muerto en Arizona, en 1959, nuestro arquitecto se cambia el apellido al de la familia de su madre y pasa a ser Frank Lloyd Wright, lo que sucede después del divorcio de sus padres en 1885; y, para colmo de males o de bienes, según se vea, parece ser que tras el divorcio Wrigh no tuvo más contacto con su padre.


Al arribar a la edad universitaria, Wright se encuentra con que la familia no tenía dinero para pagar sus estudios. No obstante, consigue entrar en la escuela de ingienería de la Universidad de Wisconsin, pero pronto se muda a Chicago, donde trata de hacerse arquitecto sin la aprobación de la familia que lo alentaba a terminar sus estudios en ingienería; apostaba la familia al seguro, frente al soñador. Después de numerosos tropiezos consigue trabajo como dibujande en la respetada firma de arquitectos Adler & Sullivan. Ahorra dinero y pronto trae a su madre y a su hermana menor a vivir con él en Chicago y, en 1889, se casa con Catherine Lee Tobin y diseña y construye su propio hogar, financiándolo con un préstamo de Sullivan, su empleador, al firmar un contrato de trabajo por cinco años.


Pero, en 1909, loco y elegido al fin, abandona a su esposa y a sus hijos y se marcha a Europa con Mamah Borthwick Cheney; nada menos que la esposa de un cliente de la que se había enamorado años atras. La pareja regresa a Estados Unidos en 1911 y Wright diseña y construye la famosa mansión Taliesin, en Wisconsin, en un terreno perteneciente a su madre; apuntemos que la pareja convive allí en concubinato, pues la esposa de Wright se empeña en negarle el divorcio.


En 1914, estando Wright fuera de casa, un criado enloquecido cierra las puertas y prende fuego a Taliesin, matando en el incendio a Mamah y a los dos hijos que había tenido con Wright. Luego de la muerte de Mamah, Wright reconstruye Taliesin en su honor y se prepara con ímpetu para nuevos trabajos en Japón y California; tras la tragedia de Taliesin, el arquitecto recibe una carta de una estadounidense en Paris, Miriam Maud Novel, en la que extraña y oportunamente se conduele de lo acontecido. Pronto Wright conoce a la misteriosa dama y se la lleva con él a Japón, entablando con ella una tumultuosa relación que estaría marcada por la instabilidad de Miriam. Al fin Catherine, su primera esposa, le concede el divorcio en 1922 y Wright, entusiasmado, contrae nupcias con Miriam en 1923 esperando, si no la felicidad al menos sí la paz. Estaba errado pues Miriam, misteriosa y condolida, lo deja seis meses después del matrimonio.


Durante el año 1924, Wright conoce a su tercera esposa, Olgivanna Hinzenburg y, meses después, ni corta ni perezosa, Olgivanna se muda a Taliesin con su hija Svetlana. Pero en 1925, dicha que dura poco en casa del elegido, sucede que el fuego se ensaña nuevamente con Taliesin, esta vez provocado por la caída de un rayo, y, aunque no hubo pérdidas humanas, el costo de la reconstrucción deja a Wright seriamente endeudado. Y, al poco tiempo de levantar Taliesin por tercera vez, el banco reclama la propiedad por las deudas de Wright, y la familia, con una nueva integrante, la pequeña Iovanna, se ve obligada a marcharse.


Durante su forzado exilio de Taliesin, Wright habita en New York, Arizona y California y, en 1927, finaliza su divorcio con Miriam, y, liberado nuevamente, contrae matrimonio con Olgivanna un año más tarde; esta sería la mujer que lo acompañaría por el resto de su vida. Una vida que alcanzó la grandeza mediante una obra que parecía levantada no desde el cuerpo sino desde las vísceras, y no desde el intelecto sino desde la intuición.


Entrevistada para este trabajo sobre la interacción entre las estructuras edificadas y el medio ambiente en la obra de Wright, y sobre la importancia de dicha cosmovisión en la futura reconstrucción arquitectónica de Cuba, la pintora y arquitectaDaphne Rosas ha declarado: “Wright creía con fervor en una arquitectura que naciera de la tierra, creándose de esa manera una simbiosis de la naturaleza y el edificio. Dicho así, la naturaleza como contexto, entonces se puede establecer una relación imprescindible, casi parásita, de regionalismo, de pertenencia con lo que ya existe. Algo así es posible también con una arquitectura nueva, acorde con su época, pero que se alimente de sus alrededores, incluso de un contexto urbano, nunca imitando, sino emulando sus principios, su esencia. Esto es, hacer arquitectura viva.

Es un tema válido en ciudades como La Habana, donde la vieja ciudad que se deteriora día a día dejando sitios baldíos, que ya no permiten restauración. Es un retazo de historia en busca de una arquitectura nueva, orgánica, que nazca de su suelo, de ese enjambre de columnas que es el preludio de edificios que hablan y conversan del ayer. La Habana merece eso, una arquitectura capaz de erguirse como individuo con identidad propia, genuina, que escape a la imitación de estilos ya pasados, pero que a la misma vez respete la historia de una ciudad de antaño y se nutra del ayer para crear un espacio funcional, moderno, que se integre –nunca que domine- para satisfacer las necesidades del hombre de hoy”.


Un volver a la tierra, a lo local, entender la ciudad, el universo mediante la tierra y lo local, arriesgada apuesta de Wright en el modo de hacer arquitectura, arquitectura como manifestación de la divinidad, que sería también la apuesta del psiquiatra suizo Carlos Gustavo Jung a favor de los dioses lares, frente al monótono e impersonal monoteísmo en el modo de practicar la religión. Oportuno regreso que en esta era de la aldea global, de la acelerada comunicación, podría devenir en la vía más segura y eficaz para obtener dividendos de la índole física y espiritual; sin que atontados nos perdamos en la nada de las autopistas virtuales.

1 comment:

jecuevas said...

No son muchos los arquitectos elevados a la categoría de semidios. Recuerdo el comentario de un compañero y amigo, con muchos años de profesión a sus espaldas que me comentaba: la Arquitectura es como la amante a la que se mima y se le dedica la mayor parte de tu tiempo.

Otros debemos de conformarnos con ser parte de esa colonia de termitas que ayuda a levantar y mantener el termitero.

Me ha gustado mucho este artículo, le vuelve a uno al espíritu inicial que hizo que eligiéramos esta profesión.